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martes, 22 de abril de 2025

Las botas

 Mi abuelo me regaló un par de botas. No eran nuevas, eran suyas. Pero no se les notaba un rayón en su color negro brillante. Las usé un tiempo, incluso después de su fallecimiento. Y un día, las guardé. Desde entonces me acompañaron por más de diez años, de un lado al otro.

Esas botas, transformadas en conexión eterna, me hacían pensar en él. Unas botas con las que ya no caminaba, pero con las que ya no caminaba nadie. No quería ponérmelas, porque quería que se mantuvieran así: inmaculadas, inmutables, perpetuas.

Una noche, cuando sacamos pequeñas cosas al punto de reciclaje, las tomé. Quedaron allí, esperando unos pies, esperando estar vivas otra vez. No quise dejarlas en la puerta de casa, por miedo a que la cercanía me obligara a encontrarlas andando.

Las botas están hechas para andar.
El recuerdo, para quedarse a mi lado.

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