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miércoles, 14 de septiembre de 2011

INRI II

Dios tiene el rostro negro, lo sé. Entraba a cada rato por el lateral del templo, con su bastón, el más ruidoso de todos, andar inconfundible y la mente destrozada por alguna enfermedad de la que nunca supe el nombre. Interrumpía al sacerdote durante la misa en cualquier momento, por cualquier motivo. Dispuesta a caerle a bastonazos a aquel que le molestara, difícil, como solo pueden ser los viejos seniles. Apartarse de su paso era la reacción natural.

¿Qué te pasa vieja, por qué estás así, tan triste? Fue como comencé mi labor de Simón de Cirene. Así supe de su cáncer, sus dolores, el único embarazo abortado. Me daba unos besos llenos de saliva que se me pegaban al rostro, pero era la primera vez que Dios me besaba.

Un domingo me dijo:

- Nadie ha visto a Dios. Yo no he visto a Dios. ¿Tú has visto a Dios?
- Yo si lo he visto. - no podía responder de otra manera.
- Tú me está mintiendo a mí. No diga mentira, el Señó te va a castigá!

¿Qué mentira vieja? ¡Claro que le había visto! En tus ojos cansados, cargando esa cruz que no podías arrastrar sola. A cada rato le veo por ahí, llevando otra cruz. Estuvo la primera vez que lloraste en mi hombro y cada vez que me dedicaste una sonrisa.

Recuerdo las mismas palabras, una y mil veces.

- Señor, llévame! Yo lo que quiero es morirme mijo!
- Tranquila, paciencia que todo llega.

Hace un mes me lo dijeron, llegó. Agustina, espérame en el Cielo vieja, que todavía me demoro.

Walber Zaldivar

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